Testimonios
La convivencia con el mal de Alzheimer produce multitud de sentimientos y situaciones nuevas. Si quieres compartir tus experiencias, expresar tus emociones, esfuerzos, alegrías, decepciones, en definitiva, relatar a los demás aquello de llevas dentro, este es el lugar.
– Aunque no abras tu buzón –
Empecé a escribirte hace muchos días y no has recibido nada porque nada te he enviado. Quizás por eso, porque nunca abres tu correo, me atrevo a trasladar estas líneas que me dictan tantos pensamientos que nadan en mi cabeza como bancos de sardinas acosadas por algún depredador cercano; algunas veces los tengo claros, otras más difusos.
Tengo mi corazón dividido, aunque hasta hace muy poco tiempo, también he de admitirlo, tenía más parte de él allí con vosotros que aquí. Es curioso como nuestros pensamientos y actitudes van cambiando y convenciéndose de que todo tiene una razón de ser por más que te empeñes en programar cada minuto de tu vida. Y si no obedeces a esos dictados ¿divinos? todo te resulta tan penoso como el querer calzar un número menos de zapato. Y se puede caminar, ¡claro que se puede! pero con dolor mientras lo vives y con alegría cuando logras deshacerte de tan penosa atadura.
Hay tantos abrazos que quisiera dar, pero me bastaría con uno a esa persona tan especial para ti, para mí, para todos, porque es el último aliento que queda en la familia para hacernos sonreír aún en los días más nublados. Es feliz y está dichosa. Cada día para ella es tan parecido al anterior como al que todavía está por llegar. Y sin embargo, sigue imperturbable en su estado de felicidad plena. El tiempo en su mente se quedó atado a una ola de recuerdos estancados donde ni tú ni yo somos imprescindibles, pero sin ella…, ¿te has preguntado alguna vez si nuestros pensamientos quedaría ociosos una vez que ella cese de copar todas y cada una de nuestras elucubraciones, de nuestros planes cotidianos y nuestros sueños futuros?… no quiero aún trasladarme a ese futuro próximo, vacío, sin su eterna sonrisa y sus efímeros cabreos y su permanente pregunta “¿ya comimos hoy?”
Eleonora Sachs
– Hoy hace un año, compañero –
Me levanté sobresaltada y, aunque me hubiese gustado llorar a torrentes, me contuve y comencé a preparar el desayuno. Anoche soñé que volaba, –te dije- era tan fácil, pero volaba bajo, podía entrar y salir por las ventanas de todos los amigos y seres queridos. Pasé sobrevolando el campus universitario donde acababa de graduarse una de mis sobrinas. Una instantánea y en ella salgo yo. Mi rostro sonriente, mi piel firme, la misma sonrisa aquélla que conociste hace montones de años. Hace tanto tiempo que ya perdí la cuenta, pero sí, allí estaba yo, en color mientras todos los demás continuaban en blanco y negro. Luego, no sé a cuento de qué, me llamaban a casa. Eran mis padres, aunque debo ser más precisa: era mi madre. Me entregaba la fotocopia de un talón que luego se extravió y duramos lo que duró este sueño, buscándolo infructuosamente. En él se despedían, pues me encargaban velar por su casa. Y yo me resistí a ello. Yo no lo quería. Lo único que tenía significado en mi vida era esa casita de planta baja y aire campesino con todos sus ocupantes dentro. No, ese no era el trato. Yo te quería siempre allí. No quería casa, ni talón ni soluciones prosaicas a mi existencia, porque ésta sólo tiene sentido si estás allí. Necesito abrazarte y ahora, más que nunca, me veo dividida. “¿Quieres sandía?” –interrumpiste el relato de mi sueño-. “No, ya he comido fruta”. Entonces comenzaste a buscar como siempre, como todos los días desde hace algún tiempo, la taza de café con leche que, como siempre, como todos los días desde hace algún tiempo, te había colocado ya junto a tu acostumbrada tostada de pan de grano tostado con un chorrito de aceite de oliva. Te sentaste y mirabas ensimismado. Quise inmiscuirme en tu mundo interior y me respondiste que mirabas el teléfono que había anotado en ese pedazo de papel que, desde hacía tres días, nos servía para anotar los teléfonos y mis mensajes más recientes. Nada ocupaba tus pensamientos más que ese trozo de papel doblado y desdoblado en varias partes, con manchas de café y tomate frito, con números y nombres garrapateados en desorden.
Oh, mi buen amigo, mi compañero de todos mis días, de este amor que me has brindado para conocer de cerca la felicidad y la tristeza, la ternura y la amargura de este mundo, de esta convivencia inolvidable, una trayectoria que ahora me parece demasiado corta… No, no te marches aún, permanece junto a mí como siempre, no te alejes por ese túnel sin salida porque no podré alcanzarte, tengo un paso corto y un pensamiento demasiado ligero e impaciente. Agárrate de mí, no sueltes mi mano, deja que caminemos juntos tal como lo prometimos en esos cientos de mensajes que atravesaron el Atlántico y que llegaban siempre.; nunca se perdieron porque el cartero, nuestro cartero de carne y hueso, hacía su trabajo con diligencia y pasión.
Hoy hace un año… ¿recuerdas? –“¿qué?”- entonces te recuerdo la fecha y no terminas de recordar. Sí hombre, hoy hace un año estábamos descansando la altura y evitando el soroche sentados frente a una mesa llena de viandas, una por cada región familiar, preparada para un desayuno trancado digno de un rey, con arepa de huevo, majar típico caribeño, huevos pericos, huevos revueltos con un guiso de cebolla y tomate, un pisto criollo sin pimiento, carne volteada, o sea a la brasa, y aparte un cestito lleno de panecillo redonditos y dorados que desprendían un delicioso aroma a queso fundido. “Son almojábamas y pandequesos” –les explicamos, mientras prueban de todo sin aprensión; también chocolate, con la misma fórmula de épocas coloniales cuando Cortés, invitado por Moctezuma, también degusta un cuenquito de tan aromática y seductora bebida; café con o sin cafeína y té… y casi te parecía, nos parecía un sueño verles allí con nosotros y con sus abuelos, mis padres.
Sí, hoy hace un año, compañero de mi vida y de todos mis días.
Eleonora Sachs
– Historia de la enfermedad de Alzheimer de Victoria Martín Díaz-Guerra –
Victoria empezó con esa enfermedad en el año 88 o quizás en el 89, porque es muy difícil saber con exactitud cuando empieza, ya que los primeros síntomas son los olvidos, y a cualquier persona se le puede olvidar alguna cosa. Y además, como todos los enfermos de Alzheimer, tratan de disimular lo que les pasa. Pero Victoria lo quería disimular más que otros enfermos, porque ella sabía lo que le pasaba, y no quería que lo supiéramos ni nuestro hijo ni yo. Ella sabía lo mala que es esa enfermedad, porque por ella en el año 85 murió su madre, y Victoria vivió toda la enfermedad de su madre desde el principio; esto fue porque Victoria vivía más cerca de su casa que el resto de sus hermanas y era la que guardaba las llaves para que no se fuera por ahí, como suelen hacer esos enfermos, y estaba todos los días pendiente de su madre. Cuando su madre se puso peor, estaba cada una de las seis hermanas con ella por dos meses, pero Victoria iba todos los días a ayudar a la que estuviera allí, y por eso sabía lo que la pasaba y no lo quería decir.
Como dice una de las hermanas de Victoria, se casó una de sus sobrinas hace 22 años y por entonces, Victoria ya estaba con la enfermedad, porque se ponían a hablar entre las hermanas y Victoria se ponía a llorar porque no podía seguir la conversación. Y cuando pasaba alguna cosa, su hermana la preguntaba “¿por qué no vas al médico?”, y ella respondía “porque no, porque sé yo lo que me pasa”; y entonces su hermana la decía “si no vas al médico, se lo voy a decir a tu hijo Epifanio”, y ella contestaba “no le digas nada, que sí iré al médico”, y lo disimulaba todo lo que podía.
Como el Alzheimer no para, sino que cada vez va a más, cuando regresaba de comprar empezaba a contar las cosas que había comprado, y siempre le faltaban cosas, y como traía el ticket con las cosas que había comprado, yo la decía “no te falta ninguna cosa”, pero no se quedaba tranquila. Otro día vino de comprar y me dijo que se había dejado el monedero en la tienda, y voy a preguntar y me dicen que no han visto nada. A los pocos días, la veo que viene de comprar con el carrito y el monedero en la mano, pero a los pocos minutos me dice que se ha dejado el monedero en la tienda, y yo la digo “no te lo has dejado en la tienda, porque te he visto yo que lo traías en la mano”, pero en ese momento no lo veía por ningún sitio. Y un día se me ocurre levantar un pico del colchón de la cama, y ahí están los dos monederos juntos. En otra ocasión la desaparece la dentadura postiza y la buscamos por todos los sitios, hasta que le pregunto a sus hermanas, que iba todos los días a su casa y tampoco sabían nada. Y yo la había visto aquellos días quitando hojas secas, verdes, capullos y lo que se terciaba de las plantas, y las tenía hechas un montoncito en el patio. Me da la gana mirar en el montoncito y allí estaba la dentadura. Y como digo, en cualquier sitio en el patio encontraba una cuchara, un tenedor, una fotografía y otros objetos que tuvieran un poquito de tamaño para poder verlos, porque pendientes, que tenía bastantes pares y terminaron por quedarla dos o tres, pero sin pareja.
Todo esto pasó hasta el año 98, en que ya dejó de andar; y el Lunes Santo del 98 fuimos a comprar la silla de ruedas a Toledo, porque ya no se tenía de pie. Y así estuvo en la silla hasta el día 4 de agosto del año 2005 que, dándola de comer, como hacía todos los días, ví que no comía normal. Como de costumbre, fui a la alcoba a por el termómetro, se lo puse y le dí una voz a Epifanio, que estaba arriba, y bajó y me preguntó qué pasaba, y le dije “madre no está normal”. La quitamos el termómetro y tenía más de 40 grados de fiebre, sin quejarse ni síntomas de dolor de ninguna clase. Y desde el 4 de agosto de 2005, hasta hoy, que es 9 de abril de 2011, la pongo el termómetro todos los días tres veces.: cuando desayuna, cuando come y cuando cena, porque para mí es la forma de saber como se encuentra. Y como digo anteriormente, el 4 de agosto de 2005, al encontrarla con esa fiebre la llevamos a la cama, al dimos un Sumadol para la fiebre y llamamos al médico, que la mandó unos antibióticos y en unos días la desapareció la fiebre, pero sigue en la cama, que tiene que hacer 6 años el día 4 de agosto de 2011, sin una herida ni un arañazo, y sin tomar ningún medicamento desde el mes de marzo de 2010 que estuvo ingresada en Toledo, en el Hospital Provincial una semana, por cosas de las flemas y la retiraron las dos cosas que tomaba hace 12 o 14 años; y cuidada solamente por su marido, que la hago la comida y la doy de comer cuatro veces todos los días, y agua y zumo cinco veces, y el amor y el cariño que necesita una persona para seguir viviendo; y todos los días viene una señora cuatro veces a cambiarla el pañal, y los fines de semana viene el hijo para el aseo principal.
Porque, aunque cumplí el día 13 de febrero de 2011, 92 años, yo hago la compra de las recetas que necesitamos, que son muy pocas: Victoria la de los pañales y yo dos comprimidos para al próstata, a pesar de los años que estuve inyectándome insulina y comiendo verduras para desayunar, para comer y para cenar.
Y como dice un sacerdote hijo de Portillo, que Dios sabía que yo era muy bueno para cuidar de Victoria y me curó la diabetes que llevaba padeciendo hacía muchos años. Y yo veo que lo que decía le señor sacerdote Martín Merlo, es lo que está pasando hoy en mi casa, por lo que yo, a pesar de los muchos años que llevo de sufrimiento, doy gracias a Dios, a los Santos Mártires San Cosme y San Damián, y a la Virgen de la Paz, por encontrarme en el estado de salud que me encuentro para poder seguir cuidando de Victoria, dándola de comer y de beber, y el cariño y el amor que necesita una persona para que siga viviendo, aunque siempre con la ayuda de Dios.
Se lo dedico a todos los enfermos de Alzheimer y a sus cuidadores que, con grandes dosis de amor, cariño y paciencia, soportamos la pesada carga que es el Alzheimer. Gracias.
Lucinio López